Soy un fiel lector del profesor alemán de filosofía Rüdiger Safranski; digamos que sus libros atraen gracias a algunas condiciones indispensables, muy apreciadas por el lector receptivo y atento. Vamos por partes: primero destacaría, el tono. En sus ensayos Safranski crea la sensación de que nos está hablando, de tal modo que llegamos a pensar que estamos participando de una sus entretenidas clases en la Universidad Libre de Berlín. Este tono conversacional es ya el primer rasgo anti-académico de sus libros. Segundo, en éstos Safranski rehúye la especialización y apuesta por entregarnos el tema filosófico de sus ensayos conectado con otros saberes, enriqueciendo nuestra visión. Estamos aquí en presencia del enciclopedismo, don que poseen poquísimos académicos de la hora presente.
Que Rüdiger Safranski es un hombre más cerca del diálogo que de la perorata académica rígida y unidimensional, puede comprobarse también en el inaudito –y por eso mismo saludable- programa televisivo “EL CUARTETO FILOSÓFICO”, del canal alemán ZDF. Aquí, el estudio de televisión se ha convertido en un auténtico teatro de las ideas, animado por Safranski mismo y el filósofo Peter Sloterdijk. En la última edición del programa, el tema en discusión fue “La política del papa Benedicto XVI.”
¿Por qué Safranski es un verdadero maestro del ensayo? Porque es coloquial sin ser anecdótico y porque es enciclopédico sin aburrirnos ni aplastarnos con su conocimiento; al revés; sus libros son al mismo tiempo el retrato vivo de un filósofo y el fresco multifacético y orgánico de una época; todo, respaldado por investigaciones sumamente rigurosas. Recomiendo, pues, con mucho entusiasmo, la lectura de tres de sus ensayos dedicados a grandes filósofos europeos. Advierto que no es necesario abordarlos en orden cronológico; yo, por mi parte, empecé con “Nietzsche, biografía de un pensamiento” y seguí con el impresionante “Martín Heidegger, un maestro de Alemania” y en estos momentos estoy leyendo “Schopenhauer o los años salvajes de la filosofía”.
Por último ¿qué tienen de común estos tres cerebros? Que para hacerse filósofos tuvieron que pelearse con la familia. El padre de Heidegger había decidido de antemano para su hijo la carrera eclesiástica: Martincito sería cura católico de pueblo; el progenitor de Nietzsche ansiaba para su retoño algo parecido: Fredrich estudiaría teología y se nos haría pastor de oveja protestante sin salir de la aldea. ¿Y Schopenhauer? Según los planes, el joven Arthur estababa predestinado al mundo de los negocios, pues su padre soñaba para él una exitosa carrera de comerciante. Ah, la familia, la Sagrada Familia.