Ante un público amable y generoso –que sólo se movió en el
intermedio para empinar el codo y probar unos tintos– desfilaron en premeditado
desorden alfabético la tarde del jueves poetas y trovadores latinoamericanos, con cuyas
voces se le dio un soplo de vida –para decirlo a lo Lispector– al SextoFestival de Poesía, de envergadura planetaria, pues simultáneamente al acto
heroico en la Biblioteca Internacional de Estocolmo se leía y cantaba en otras
latitudes y en otros idiomas, a todo dar y a los cuatro vientos, en un mundo
–sabemos– más ocupado y preocupado por las finanzas y las andanzas del innoble
caballero don Dinero; aunque ya Heiddeger –antes de perderse definitivamente en
el Engranaje– había sostenido a modo de conjuro contra los males ”técnicos” del
siglo XX que ”la poesía era el mundo en su mejor lugar”. Imaginemos, por último,
que desde España o América, el poeta Antonio Colinas, en un rapto simultáneo de
conspiración, leía para nosotros aquella noche su poema ”En el centro del bosque.”
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