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lunes, 26 de octubre de 2020

CRÍTICA LITERARIA

VACIEDAD E INTRASCENDENCIA EN UNA NOVELA DE MICHEL HOUELLEBECQ, por Luis Kong

En la contratapa de la voluminosa novela El mapa y el territorio (Anagrama, 2010), del renombrado escritor francés Michel Houellebecq (1958) se alcanza a leer: “El arte, el dinero, el amor, la relación con el padre, la muerte, el trabajo, Francia convertida en un paraíso turístico son algunos de los temas de esta novela decididamente clásica y abiertamente moderna. Nada más alejado de la verdad. Esta novela no es ni clásica ni abiertamente moderna. Es una novela posmoderna. Si nos atenemos, sensu stricto, al concepto con que la academia define lo clásico, esto es, una obra que trasciende el paso fluctuante del tiempo e incorpora, en su unidad de sentido y estilo, los grandes temas de la humanidad, El mapa y el territorio está lejos de tributar a esta definición. Tampoco es moderna, no solo porque este periodo histórico culmina cronológicamente, como todos sabemos, en el siglo XIX, sino porque –y este punto sí que es relevante a considerar-, la ideología moderna preconiza el triunfo de la razón absoluta, la fe irrestricta e inconmovible en los grandes metarrelatos de la ciencia y en la cultura de la exclusión de las minorías sociales y culturales. Y en esta novela de Houellebecq todo es incerteza, relativismo ético y disolución evanescente del yo.

Prefiero decir que la novela de Houellebecq es posmoderna a secas, sin más atributos. Tiene el sello inconfundible de la levedad insoportable del ser a que hace alusión Milan Kundera en su notable novela de 1984. Es el espejo vicioso de una realidad que se ha gestado en la dinámica social de una cultura lucrativa, elitista, narcisista, cínica y compulsivamente hedonista. Los personajes se consumen en lo que Albert Camus llamaría la náusea de vivir, la cosificación, el soporífero asco de estar vivo y no tener el coraje de asumirse en la viscosidad cotidiana.

Jed Martin, el protagonista, es el antihéroe de este escenario posmoderno. Pero es un antihéroe muy particular: es un artista, es fotógrafo y pintor. Reflexiona (sin mucho entusiasmo, pero –a veces- con incisiva ironía) en la trascendencia estética del arte, en la espiritualidad del creador, en las corrientes de vanguardia, en la arquitectura urbana funcional. Las relaciones amorosas son pasajeras y vacías. Una madre suicida y un padre infeliz que solo busca consuelo en la lucrativa eutanasia suiza, trazan una infancia y una adolescencia frágil e inestable. La inconsistencia del espíritu artístico de J. Martin queda en evidencia cuando deja la fotografía publicitaria poco rentable y decide buscar mejores rumbos económicos en la pintura comercial. Quizás esta es la mirada más interesante y atractiva de la novela de Houellebecq y es la razón principal que me lleva a valorarla literariamente: la mercantilización del arte en la actual sociedad de consumo.

Cuando el escritor moderno decimonónico pierde (negocia o le es arrebatada) su condición de artista solitario y misántropo y es subsumido en la poderosa maquinaria de la producción y consumo cultural del siglo XX, pasa a convertirse, ipso facto, en un empleado asalariado de una editorial. Se convierte, de este modo, en un agente productor de una mercancía cultural que es su obra, cumpliéndose la profecía alienante de Marx, debido a la explotación ejercida por el modelo capitalista. El artista ya no es considerado o valorado como persona en sí, sino en función de su valor económico, esto es, como mano de obra que permite la multiplicación del capital de la industria cultural. Así, el cuadro, la canción, la escultura, la fotografía, la novela, pasan a ser productos de consumo y el artista se reinventa comercialmente bajo la figura de un vendedor independiente de su servicio o de un obrero cultural asalariado, bajo el alero de alguna empresa cultural. El efecto inmediato que se percibe en el arte es, por cierto, su desublimación. La pérdida del valor en sí en beneficio del valor para sí. Como contraparte instantánea, la celebridad mediática del artista adiciona un valor comercial agregado a la obra, a veces, independientemente de su calidad intrínseca.

Houellebecq centra precisamente su mirada en esta situación particular del arte posmoderno (aunque, digámoslo también, usufructa de esta mercantilización, mediante las ventas lucrativas de Anagrama). La desproporcionada tasación comercial de las obras artísticas, los shoppings lucrativos de las galerías de arte, el esnobismo de las celebridades, la parafernalia festiva de los circuitos “culturales”, forman parte de una escenografía en la que el arte se transa según la tendencia fluctuante de las modas y la celebridad pasajera y mediática del autor.

¿Hay algo, en suma, más representativo de los tiempos que corren que la levedad insignificante del ser? ¿hay algo más intrascendente y huero que la vida que impone la matriz cultural posmoderna? En verdad, ¿finalmente todo se desvanece en el aire de una existencia sin certezas, sin profundidad espiritual, en medio del salvaje capitalismo de las emociones? La consiga es: nada une, nada permanece, todo muta en una espiral donde las relaciones terminan por reducirse a la aeróbica sexual, al nomadismo sentimental, al trueque emocional costo-beneficio, al ni-ahísmo generacional, al individualismo y al relativismo cínico y oportunista.

La maestría del autor para incorporarse como protagonista de su obra y deslindar el relato en los límites del thriller policial o la novela negra es, a mi juicio, secundario y menos relevante que el desolado escenario de la decadencia posmoderna. Pero que no se tergiverse la mirada que propongo aquí: hay una crítica complaciente y tibia en la novela de Houellebecq, no una insurrección de puños alzados contra las hegemonías capitalistas dominantes y los enclaves de poder. El protagonista se aburre de sí mismo, pero no lucha denodadamente contra los jinetes del apocalipsis posmoderno, apenas rezonga, transa con el medio, no es insurrecto, no se desespera, no quiere cambiar nada, se desmorona simplemente junto a la viscosidad que describe con lucidez inapelable.


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