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sábado, 16 de enero de 2010

EL CUÁNDO DE CHILE / La segunda vuelta

Ya se verá lo que hay que ver, decía Huidobro; y lo más probable es que así sea cuando los chilenos acudan mañana a las urnas y elijan con su voto el hombre y el programa político que regirán los destinos del país durante los próximos cuatro años.

En un artículo del mes de mayo del 2009 predije desde este blog que Piñera ganaría en primera vuelta con mayoría absoluta. Me equivoqué pero el candidato de la Alianza por Chile estuvo muy cerca de conseguirla, pues obtuvo un generoso 44% que lo sorprendió a él mismo y a todo su entorno. Frei, el candidato de la Concertación, alcanzó un paupérrimo 29%; suficiente, sin embargo, para pasar a la segunda vuelta, cuyo desenlace se vivirá este domingo.

Sabemos que Piñera y Frei se disputan ahora los votos del millón de ciudadanos que en primera vuelta optaron por el ultraindependiente Marco Enríquez Ominami. Se trata de un electorado flotante, ambiguo, indeciso. No es improbable que este veinte por ciento de chilenos decida a última hora quedarse tranquilamente en su casa, u opte por votar en blanco o se incline por anular su voto; incluso, las últimas encuestas hablan de un “empate técnico”, lo que equivaldría, en consecuencia, a “la muerte cerebral” de los dos candidatos en disputa.

En el último debate presidencial televisado, que yo seguí fatigosamente por Internet, noté que ninguno de los candidatos había re-orientado sustancialmente su discurso hacia el electorado aún dubitativo. Para empezar, me sorprendí de que ambos contendientes se presentaran idénticamente vestidos; desde lejos parecían hermanos mellizos pidiendo más amor y respeto por la patria común; palabras que desde un recuadro en la pantalla eran simultáneamente interpretadas al lenguaje mímico de los sordos por una mujer similar a Catalina Saavedra, “la Nana”. ¿A qué apuntaba ese mensaje subliminal? No lo sabremos nunca.

En las intervenciones de los candidatos percibí leves retoques; por ejemplo, Piñera ya no promete un millón de carabineros; ofrece ahora, sin arrugarse, un millón de puestos de trabajo. Sin embargo, Sebastián anuncia mucho más que eso; en efecto, inspirándose en Silvio Berlusconi, acaso su maestro, Piñera ha pasado de los negocios a la política; para él no basta con ser el patrón de todos los chilenos. Este emprendedor aspira también a conquistar la presidencia. ¿Para qué? Bueno, para promover desde ella lo mismo que il imperatore Berloscuni en Italia, a saber, una renovación de la sociedad capitalista; la idea persistente de ambos empresarios es reemplazar el capitalismo con rostro humano por uno de rostro ameno, sin el cual no hay farándula digna de su nombre.

Por su parte, Frei, conocido en los círculos íntimos como “el Mudito”, matizó su retórica con un llamado a sumarse al “progresismo”, con lo cual el candidato de la Concertación resucitaba un término del siglo XVIII, más apropiado para un Chile colonial que para éste del siglo XXI. A Frei se le ve cansado, elemental, grismente mecánico. Su voz suena a marcha fúnebre, a galope muerto; o para decirlo con Bolaño, huele al nocturno de Chile.

Lo que la campaña presidencial me ha enseñado, desde mayo a esta parte, es que los puntos en común entre Piñera y Frei son tantos que sus diferencias resultan francamente irrelevantes. Diría que sus respectivas alianzas se complementan divinamente, a tal punto que sus compatibilidades debieron forzar el surgimiento de un Gobierno de Unidad Nacional (GUN), frente al cual la única oposición visible y a la mano era el cinco por ciento de la Izquierda representada en el movimiento Juntos Podemos.

En aquel potencial gobierno unitario de centro derecha que no llegó a cuajar, yo veía a Piñera como presidente de la república; a Frei, como ministro de hacienda y a Enríquez Ominami como ministro de educación. Los otros puestos podrían haberse repartido según el principio binominal que tanto éxito ha tenido entre la clase política dominante; es decir, un cargo para los socorristas de Piñera y otro, para los salvacionistas de Frei; en caso de desacuerdo, el puesto en juego podría pasar a manos de algún ultraindependiente de la línea Ominami. Así, llegué a imaginar que Fernando Flores sería el nuevo secretario general de la OEA; Evelyn Matthei ocuparía el ministerio de vivienda y Lavín, la cartera de economía. Y la minería, ¿para quién? Sostengo que Max Marambio, que tiene helicóptero, sería un buen supervisor, aunque no niego las ambiciones de Camilo Escalona o las ansias del impredecible primerista Jorge Schaulsohn. ¿Y qué hacer con el impoluto Jovino Novoa? Para él, creo yo, no hay mejor puesto que el de embajador vitalicio ante la Santa Sede.

En fin, lo de mañana domingo 17 de enero es una falsa contienda. Quizás el panorama sea distinto en el año 2018; para entonces tengo la esperanza de ver una Izquierda madura y en crecimiento, capaz de disputarle el gobierno a los centuriones del neoliberalismo, cuyo número es legión, tanto por el lado de la Concertación como de la Alianza por Chile. Sebastián Piñera representa, sin duda, la coronación comercial de un proceso pactado hace veinte años. En otras palabras, la farándula grado tres –perdón Roberto Artiagoitía- está por empezar.

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