Contigo he conocido la dulce palabra demorada
y el aliento inicial de la noche cayendo sobre el árbol
con sus redes antiguas de canela y de dátil.
He tocado los limos iniciales de la tormenta,
la llama sometiendo su raudal de amapolas,
el molino y la uva, el salmo y el navío,
la cera de los cirios antes de las abejas,
todo cuanto es de hueso, de flor, de llamarada,
en esta certidumbre de tu clavo de lirios.
Adiviné tus candelabros rotos ante los pedestales
con la tarde muriendo en sus cobres profundos,
cuando apenas llegaba un gajo de ventisca
y una ciudad estática en el fondo del río.
En el ramo fugaz del calendario
siempre había un alfiler
esperando la rosa decisiva.
Y al pie de su azotado aroma te escuchaba.
Y decías:
toma la madrugada y su collar ambiguo
y una a una desprende las horas
como si llamaras a alguien por las letras.
Y decías:
deja que la luz corra en su arroyo de ámbar
y no preguntes por el primer acento de los pájaros. Luz Machado
UN TERRIBLE ENMUDECIMIENTO
Dichoso quien se atreve a nombrar y no teme embarrarse la boca de otras bocas, herir la claridad que calla, profanar la oscuridad que busca.
Náufrago del silencio, extraviado en su hondura, sin más arma que el mutismo de sus antepasados.
Dichosa la palabra que engendra otra palabra, la que aún mutilada salta desde la sombra más antigua y describe el terror de los enmudecidos.
Lizette Espinosa
HERENCIA
Sembramos poco en la niñez, acaso recogimos residuos ancestrales, esa extrañeza al otro y su necesidad.
Hijos que perpetuaron el temor de los padres atados al robusto alambrado de una casta para no traicionar aquella antigua fidelidad a la tristeza.
¿Qué vino es este que bebemos a solas y llena nuestra boca de un llanto silencioso? Destilar gota a gota su amargura, hallar el frágil huesecillo de la estirpe y no saber quebrarlo.
Lizette Espinosa
POEMA PARA ROGER McGOUGH
Una monja
haciendo cola en un supermercado
preguntándose
cómo sería comprar cosas para dos. Adrian Henri
EL TRABAJO
Escribiendo poemas (custodiando conejos) cada día despejando la mierda para tirarme sobre la paja fresca Tom Pickard
VACIEDAD E INTRASCENDENCIA EN UNA NOVELA DE MICHEL HOUELLEBECQ, por Luis Kong
En
la contratapa de la voluminosa novela El
mapa y el territorio(Anagrama,
2010), del renombrado escritor francés Michel Houellebecq (1958) se
alcanza a leer: “El arte, el dinero, el amor, la relación con el
padre, la muerte, el trabajo, Francia convertida en un paraíso
turístico son algunos de los temas de esta novela decididamente
clásica y abiertamente moderna”.
Nada más alejado de la verdad. Esta novela no es ni clásica ni
abiertamente moderna. Es una novela posmoderna. Si nos atenemos,
sensu stricto,
al concepto con que la academia define lo clásico,
esto es, una obra que trasciende el paso fluctuante del tiempo e
incorpora, en su unidad de sentido y estilo, los grandes temas de la
humanidad, El mapa y
el territorio está
lejos de tributar a esta definición. Tampoco es moderna, no solo
porque este periodo histórico culmina cronológicamente, como todos
sabemos, en el siglo XIX, sino porque –y este punto sí que es
relevante a considerar-, la ideología moderna preconiza el triunfo
de la razón absoluta, la fe irrestricta e inconmovible en los
grandes metarrelatos de la ciencia y en la cultura de la exclusión
de las minorías sociales y culturales. Y en esta novela de
Houellebecq todo es incerteza, relativismo ético y disolución
evanescente del yo.
Prefiero
decir que la novela de Houellebecq es posmoderna a secas, sin más
atributos. Tiene el sello inconfundible de la levedad insoportable
del ser a que hace alusión Milan Kundera en su notable novela de
1984. Es el espejo vicioso de una realidad que se ha gestado en la
dinámica social de una cultura lucrativa, elitista, narcisista,
cínica y compulsivamente hedonista. Los personajes se consumen en lo
que Albert Camus llamaría la náusea de vivir, la cosificación, el
soporífero asco de estar vivo y no tener el coraje de asumirse en la
viscosidad cotidiana.
Jed
Martin, el protagonista, es el antihéroe de este escenario
posmoderno. Pero es un antihéroe muy particular: es un artista, es
fotógrafo y pintor. Reflexiona (sin mucho entusiasmo, pero –a
veces- con incisiva ironía) en la trascendencia estética del arte,
en la espiritualidad del creador, en las corrientes de vanguardia, en
la arquitectura urbana funcional. Las relaciones amorosas son
pasajeras y vacías. Una madre suicida y un padre infeliz que solo
busca consuelo en la lucrativa eutanasia suiza, trazan una infancia y
una adolescencia frágil e inestable. La inconsistencia del espíritu
artístico de J. Martin queda en evidencia cuando deja la fotografía
publicitaria poco rentable y decide buscar mejores rumbos económicos
en la pintura comercial. Quizás esta es la mirada más interesante y
atractiva de la novela de Houellebecq y es la razón principal que me
lleva a valorarla literariamente: la mercantilización del arte en la
actual sociedad de consumo.
Cuando
el escritor moderno decimonónico pierde (negocia o le es arrebatada)
su condición de artista solitario y misántropo y es subsumido en la
poderosa maquinaria de la producción y consumo cultural del siglo
XX, pasa a convertirse, ipso
facto, en un
empleado asalariado de una editorial. Se convierte, de este modo, en
un agente productor de una mercancía cultural que es su obra,
cumpliéndose la profecía alienante de Marx, debido a la explotación
ejercida por el modelo capitalista. El artista ya no es considerado o
valorado como persona en sí, sino en función de su valor económico,
esto es, como mano de obra que permite la multiplicación del capital
de la industria cultural. Así, el cuadro, la canción, la escultura,
la fotografía, la novela, pasan a ser productos de consumo y el
artista se reinventa comercialmente bajo la figura de un vendedor
independiente de su servicio o de un obrero cultural asalariado, bajo
el alero de alguna empresa cultural. El efecto inmediato que se
percibe en el arte es, por cierto, su desublimación. La pérdida del
valor en sí
en beneficio del valor para
sí. Como
contraparte instantánea, la celebridad mediática del artista
adiciona un valor comercial agregado a la obra, a veces,
independientemente de su calidad intrínseca.
Houellebecq
centra precisamente su mirada en esta situación particular del arte
posmoderno (aunque, digámoslo también, usufructa de esta
mercantilización, mediante las ventas lucrativas de Anagrama). La
desproporcionada tasación comercial de las obras artísticas, los
shoppings lucrativos de las galerías de arte, el esnobismo de las
celebridades, la parafernalia festiva de los circuitos “culturales”,
forman parte de una escenografía en la que el arte se transa según
la tendencia fluctuante de las modas y la celebridad pasajera y
mediática del autor.
¿Hay
algo, en suma, más representativo de los tiempos que corren que la
levedad insignificante del ser? ¿hay algo más intrascendente y
huero que la vida que impone la matriz cultural posmoderna? En
verdad, ¿finalmente todo se desvanece en el aire de una existencia
sin certezas, sin profundidad espiritual, en medio del salvaje
capitalismo de las emociones? La consiga es: nada une, nada
permanece, todo muta en una espiral donde las relaciones terminan por
reducirse a la aeróbica sexual, al nomadismo sentimental, al trueque
emocional costo-beneficio, al ni-ahísmo generacional, al
individualismo y al relativismo cínico y oportunista.
La
maestría del autor para incorporarse como protagonista de su obra y
deslindar el relato en los límites del thriller policial o la novela
negra es, a mi juicio, secundario y menos relevante que el desolado
escenario de la decadencia posmoderna. Pero que no se tergiverse la
mirada que propongo aquí: hay una crítica complaciente y tibia en
la novela de Houellebecq, no una insurrección de puños alzados
contra las hegemonías capitalistas dominantes y los enclaves de
poder. El protagonista se aburre de sí mismo, pero no lucha
denodadamente contra los jinetes del apocalipsis posmoderno, apenas
rezonga, transa con el medio, no es insurrecto, no se desespera, no
quiere cambiar nada, se desmorona simplemente junto a la viscosidad
que describe con lucidez inapelable.
En los años 50 del siglo pasado, el
poeta Enrique Lihn, el antipoeta Nicanor Parra y el psicomago
tocopillano Alejandro Jodorowsky (como puede verse, Alexis Sánchez no
es único hijo ilustre del puerto nortino) se apropiaron del lenguaje
mediático de la tribu y crearon los famosos quebrantahuesos que, de
alguna manera, tributan a la vanguardia surrealista parisina y
europea de los años 20. Las primeras fotografías de este trabajo
criollo (no criollista) fueron publicadas en el año 1975, en laRevista del Departamento deEstudios Humanísticos de la Universidad
de Chile. Como se sabe y lo ha destacado insistentemente la crítica
académica y periodística, el punto de inflexión es la ruptura de
la sintaxis racional del lenguaje y la rearticulación del mismo
sobre la base de una mecánica fundamentada en el corrosivo
cortocircuito de sentido y la sobreexplotación indiscriminada de la
polisemia humorística. A modo de homenaje —y guardando la distancia
debida con los quebrantahuesos genuinos— quiero rendir, junto a mis
compañeros de generación de la Carrera de Castellano de la ex
Universidad del Norte, un sentido y sincero tributo a los dos
primeros vates fallecidos. Homenaje que, obviamente, no los va a
resucitar de sus cómodos sepulcros, pero sí se hará justicia
literaria a su trascendencia en las letras nacionales.
¿El
covid-19 es el cuarto jinete del Apocalipsis? Incitado por esta
lóbrega pregunta, me allegué a las fuentes bíblicas y encontré
esta evidencia: «Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba
tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada
potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada,
con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra». De esta
manera, es descrito el cuarto jinete a horcajadas de un caballo
muerto. Es la muerte, no cabe duda, pero también su equivalente: la
Peste.
Como
sabemos, en la Edad Media, en el siglo XV, la iglesia católica se
refirió a la Peste Negra –flagelo pandémico que diezmó a más
del 60% de la población- como el azote de Dios, debido a la
descomposición moral de los feligreses y nobles y al presunto robo o
desaparición del Arca de la Alianza del templo sagrado de los
israelitas. Como sea, la peste bubónica materializaba la ira de Dios
hacia un pueblo embrutecido por la bajeza moral, el latrocinio, la
concupiscencia y la apostasía. Mientas la bacteria asesina, la
Yersinia pestis,
oculta bajo el sucio pelaje gris de las ratas, infectaba y mataba en
rebaño a la población pecadora, en las ceremonias religiosas y en
las homilías se invitaba a la resignación y a la aceptación gozosa
del martirio divino.
Cito
este extenso antecedente para contextualizar las recientes
declaraciones del cardenal de Valencia, Antonio Cañizares, quien, en
su homilía dominical ordinaria, y con motivo de la misa Corpus
Christi, hizo esta inesperada
declaración: “Nos encontramos con la dolorosísima noticia de que
una de las vacunas se fabrica a base de células de fetos abortados.
Eso es despreciar al hombre mismo, primero se le mata con el aborto y
después se le manipula. Tenemos una desgracia más obra del diablo.
La eucaristía es el antídoto contra el diablo".
Al tenor de
las palabras del cardenal, el diablo está de vuelta. Y ha regresado
para embadurnarse de células de fetos abortados. La escena
necrofílica no puede ser más dantesca y, a la vez, más falsa. ¿No
sabía su eminencia que el cultivo de células procedente de fetos
humanos se viene realizando desde los años 60? Por lo visto, no.
Desde esta década emblemática –del amor libre, de la píldora
anticonceptiva, de Woodstock, de la guerra de Vietnam- la ciencia
médica ha venido desarrollando la técnica de fabricar vacunas con
células de fetos abortados por razones terapéuticas. En efecto, la
primera de ellas es conocida como la vacuna WI-38 y fue desarrollada
a partir de la extracción de células del tejido pulmonar, después
de tres meses de gestación. Gracias a este procedimiento, se pudo
fabricar una vacuna contra la rubeola.
La otra,
fabricada en 1965, se denomina MRC-5 y se ha usado para combatir la
varicela y la poliomielitis. Debe insistirse que, en ambos casos, las
células provienen de fetos que fueron abortados por razones
estrictamente médicas y fueron donados voluntariamente a la ciencia
médica con fines investigativos. Pero de algo tiene que estar seguro
el cardenal Cañizares: no hay demonio preparando pócimas infernales
ni siniestros súcubus extrayendo órganos infantiles de los
cementerios abandonados. En realidad, Su Eminencia, el diablo sólo
tiene que ver más bien, de manera sutil y sulfurosa, con los
Legionarios de Cristo.
El vate, fotógrafo y profesor de Castellano en retiro (R) LUIS KONG, cuyos aportes generosos y desinteresados a Farolito Rojo se remontan al año 2010, vuelve a la carga y nos envía desde el horroroso Chile una entrevista al poeta iquiqueño - oh santamaría de las rosas negras- Jaime Ceballos.
En esta sesuda conversación, que aborda aspectos biográficos y literarios del entrevistado, los contertulios, muy alegres y sueltos de cuerpo, se hacen acompañar de un bon vaso de vino, siguiendo una vieja tradición literaria medieval, tan cara a Chaucer y al Arcipreste de Hita. Por el modo en que lo saborean, debe tratarse de un Tarapacá Gran Reserva.
PRONTUARIO DEL ENTREVISTADO
Jaime Gabriel Ceballos Sanquea, natural
del Reyno Tarapaqueño, ingreso ilegalmente a la vida un 24 de marzo
de 1959, en la muy noble ciudad de Iquique. Hijo de la sal y el sol,
no obstante, ha sido un trashumante entre la pampa y el mar.
Desde temprana edad se ha visto
envuelto en sucios manejos escriturales, y con los años no se ha
redimido. Al contrario, sus cómplices del Taller Literario “Recital”
y “Ediciones Guerra 33”, lo han empujado aún más al camino de
la delincuencia poética.
En el año 1982, luego de cumplir cinco
años y ni un día más, huyó de la Universidad del Norte de
Antofagasta con un papel que decía; Profesor de Historia y Geografía
y Educación Cívica. Condenándose a dar malos ejemplos a la
juventud esplendorosamente dormida.
Por lo mismo, ha sido alejado de las
aulas en más de una oportunidad, acusado de levantar el polvo de la
conciencia. No obstante, se ha dado maña para hacer su trabajillo en
colegios y universidades. Es peligro público y privado.
Huelga decir, que a este facineroso le
tocó ejercer en tiempos de miseria. Si ayer sobrevivió a la
Dictablanda, hoy lo hace frente a la Democradura. No es fácil
delinquir honestamente.
En su carrera delictual, se anotan
cuatro verdaderos crímenes contra el lenguaje, expresados en sendos
textos, que se levantan como evidencia incontestable.
He aquí el cuerpo de sus delitos
(¿delirios?) poéticos:
“De Tanto ver Morir”,
Ediciones Campvs, Iquique 1997
“Yo tenía un País”,
Ediciones Campvs, Iquique 2003
“Cruces de la Memoria,
Antología Poética”, Ediciones Campvs, Iquique 2011
“Rarezas
del Tiempo y de la Luz”, Editorial NAVAJA Corte &
confección. Iquique 2019
En dos oportunidades, el servicio
secreto de los afectos logró su captura, dándole caza y casa. Años
después logró zafar con el corazón en hilachas y una acusada
cojera del alma. No obstante, se las arregló para sembrar futuro y
trajo dos vástagos a respirar rebeldía:
Amada Libertad, el año 1995
Gabriel Amador, el año 2008
Desde el 2014 a la fecha, se ha
infiltrado en el Ministerio de Educación de su país. Allí, con
total descaro, sigue levantando disidencias y tramando fugas
poéticas. Es un eterno cimarrón.