Con permiso notarial del editor de SEPA MOYA, reproducimos a continuación la sección "El momento filosófico del día", correspondiente al número 5 de este mes. Los enunciados pertenecen al dispensador Vulgarino Picantáñez y los comentarios, a Chato José Tapia, académico de la Entidad.
EL MOMENTO FILOSÓFICO DEL DÍA
(3.5.25.)
I
"Al Ser-ahí de Martin Heidegger nosotros oponemos el Ser-siendo de la poesía de Jorge Guillén recogida en su Cántico.
Nosotros enfrentamos al Arrojado-al-Mundo heideggeriano con el dios-niño, cuya pasión es el campo abierto donde corretear y reír."
Comentario
Este aserto de Picantáñez plantea un diálogo —y a la vez una tensión— entre dos formas radicalmente distintas de concebir la existencia: la filosófica, representada por Martin Heidegger, y la poética, encarnada en la lírica de Jorge Guillén. Ambas tienen en común una preocupación por el ser, pero se apartan en su modo de experimentarlo y expresarlo. Mientras la ontología de Heidegger se edifica sobre la conciencia de la finitud, el desamparo y la responsabilidad, la poesía de Guillén canta la presencia luminosa, jubilosa, afirmativa del ser en el mundo.
En Ser y Tiempo (1927), Heidegger define al ser humano como Dasein, es decir, “ser-ahí”, “ser-en-el-mundo”. El Dasein es un ser arrojado, que no escoge existir, pero que está condenado a hacerlo y a responsabilizarse de su propio ser. El ser humano, dice Heidegger, es "ese ente que, en su ser, está en juego el ser mismo" (Sein und Zeit, §9). Este estar-en-el-mundo no es una mera estancia neutral: está marcado por el arrojamiento (Geworfenheit), el hecho de haber sido lanzado a un mundo ya dado, con reglas, lenguajes y estructuras que no hemos elegido.
Esta condición genera una existencia inquieta, en la que la angustia (Angst) revela el fondo de la nada que acompaña al ser. Heidegger no ofrece consuelo: la existencia auténtica implica asumir la muerte como posibilidad más propia y vivir desde esa finitud.
Frente a este esquema, Jorge Guillén propone en Cántico una visión del ser diametralmente opuesta. Su poesía celebra la existencia en su inmediatez gozosa. No hay arrojamiento, sino presencia; no angustia, sino gratitud; no proyecto, sino contemplación. En uno de sus poemas más emblemáticos, Guillén proclama:
"Ser, nada más. Y basta. Es la absoluta
dicha final. ¿Qué luz en cuerpo exacto,
qué invisible perfecto, qué anuncio, qué certeza,
qué mediodía total me da su centro?"
Aquí, el ser no es un problema, sino una realidad plena, un mediodía total, un centro sin sombra. Guillén no filosofa sobre el ser: lo canta, lo vive como una donación inagotable. Su lenguaje no busca develar lo oculto, sino celebrar lo evidente.
La segunda parte del aserto de Vulgarino Picantáñez introduce dos símbolos poderosos: el dios-niño y el campo abierto. Ambos remiten a una forma de existencia inocente, libre, creadora. El dios-niño, como figura simbólica, recuerda a la tercera metamorfosis del espíritu en Así habló Zaratustra de Nietzsche: el niño que "es olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma". Es decir, una existencia reconciliada consigo misma, sin culpa ni angustia.
En Guillén, este niño divino no aparece como personaje explícito, pero sí como actitud vital, como disposición lúdica y gozosa hacia el mundo. El campo abierto donde "corretear y reír" simboliza un mundo sin cerrazones metafísicas, un ser transparente y acogedor, muy lejos del mundo inhóspito y "inauténtico" del Dasein caído en la cotidianidad.
Lo que se pone en juego en esta contraposición es, en última instancia, una 'ontología de la gravedad' frente a una 'poética de la levedad'. Heidegger exige al ser humano una vida lúcida, consciente de su finitud, comprometida con su autenticidad. Guillén, en cambio, exalta la permanencia del instante, el equilibrio del cosmos, la belleza del existir.
Ambas propuestas son, en cierto modo, complementarias, aunque Picantáñez no lo manifieste. Heidegger desciende a los abismos del ser; Guillén flota en su luz. Uno se instala en la pregunta; el otro en la alabanza. Uno llama al coraje de ser; el otro al gozo de ser-siendo.
EL MOMENTO FILOSÓFICO DEL DÍA
(4.5.25.)
II
"En el tiempo mensurable en el que creemos vivir inmersos no cabe todo. Ahora bien, si el tiempo está ya ahíto de lo que arrastró consigo vorazmente, ¿a dónde fue a parar aquello que no entró en él? La respuesta es: al destiempo. Heidegger se ocupó del ser en el tiempo y esquivó referirse al existente que ha quedado al margen de toda cronometría. Por lo tanto, es urgente averiguar en qué condiciones se encuentra este "ser-ahí del destiempo". ¿Está en compás de espera en una estación de tránsito? ¿Se halla varado en una playa, cual náufrago sin esperanza alguna? ¿Ha logrado construir, a pesar de todo, una morada? Es obvio que estamos pidiendo la entrada a la filosofía occidental de una antimetafísica trasmundana desde la cual observar detenida y minuciosamente al Ser del Destiempo, a primera vista una especie de Retrasado con la mente puesta en desplegar en sí una maduración, apoyado en los recuerdos de la infancia y supeditado al niño- fuente, concebido aquí como el Soñador Despierto."
Comentario
Picantáñez plantea una reflexión filosófica en torno a la temporalidad, introduciendo la noción de destiempo como un espacio conceptual en el que quedaría aquello que no ha sido arrastrado por el flujo del tiempo mensurable. Se trata de una crítica implícita a la concepción heideggeriana del ser-en-el-tiempo, en la que el Dasein, en su apertura a la temporalidad, no contempla la existencia de un "afuera" del tiempo cronológico, de una zona de exclusión ontológica en la que algo, o alguien, pueda quedar relegado.
El autor sugiere que el tiempo mensurable no es capaz de contenerlo todo, lo que plantea una paradoja: si la temporalidad es la dimensión en la que el ser se despliega, ¿qué sucede con aquello que no logra inscribirse en su estructura? La respuesta ofrecida es el destiempo, una suerte de fuera-de-tiempo en el que se encontraría lo excluido del curso temporal ordinario.
El destiempo, sin embargo, no se nos presenta solo como una negación del tiempo, sino como un ámbito propio con condiciones específicas. La pregunta filosófica crucial es: ¿cuál es el estatuto ontológico de lo que habita en el destiempo? ¿Se trata de una forma de ser en suspenso, de una espera sin horizonte, de una naufragio existencial?
Vulgarino Picantáñez reclama una "antimetafísica trasmundana" como nuevo marco desde el cual examinar el Ser del Destiempo. La metáfora de la estación de tránsito o la playa como lugar de naufragio apunta a un ser que no está completamente integrado en la estructura del mundo, sino que se encuentra en un umbral, un punto de indeterminación ontológica. Aquí podríamos encontrar ecos del pensamiento de Blanchot sobre la espera y la exterioridad, o incluso del concepto derridiano de différance, donde lo que no se inscribe en la linealidad del tiempo histórico no desaparece, sino que persiste en una forma de latencia.
El Ser del Destiempo es descrito como un "Retrasado", pero lejos de ser un término peyorativo, parece referirse a alguien que aún no ha "madurado" en los términos de una lógica temporal normativa. Este ser encuentra en el Niño-fuente, en el "Soñador Despierto", una posible clave de comprensión: ¿acaso el destiempo no es más que la infancia de lo que aún no ha sido? Esto podría vincularse con las ideas de Bachelard sobre la imaginación poética de la re-niñez y su resistencia a la linealidad del tiempo adulto o con La clepsidra del sanatorio, de Bruno Schulz, conjunto de relatos donde el tiempo es un sinuoso madurar hacia la infancia y los imprevistos vividos por el niño son la semilla de una esperanza inminente.
En definitiva, el aserto de Picantáñez es una invitación a explorar el estatuto de aquello que queda fuera del tiempo cronometrado, a preguntarnos si existen formas de ser que no están determinadas por la historicidad convencional. Se abre, así, una línea de pensamiento que podría dialogar con corrientes contemporáneas como la filosofía de la infancia, las teorías del tiempo queer o incluso la fenomenología de la espera y la dilación. Lo que se plantea aquí no es solo una crítica a la concepción heideggeriana del tiempo, sino la necesidad de pensar un "más allá" del tiempo sin recaer en una metafísica tradicional. Es, en suma, una reivindicación de los márgenes ontológicos y una invitación a considerar otras formas de habitar la existencia.
EL MOMENTO FILOSÓFICO DEL DÍA
(5.5.25.)
III
"Constatamos la existencia del ente-cápsula. Lo abruma la aplastante intensidad del mundo y sólo es capaz de digerir una píldora de circunstancia al día; en casos graves, una por semestre; en casos terminales, es decir cuando ya no se soporta ni a sí mismo, una grajea al año para no hundirse bajo el peso creciente de la realidad. ¿Qué implica un desenlace fatal para este alicaído? Que a pesar del tratamiento aquí expuesto, el ente - pildora siga viviendo su vida sin entender nada."
Comentario
Según Picantáñez, en el vasto escenario de la subjetividad contemporánea, donde la sobrecarga informativa, emocional y sensorial se ha convertido en la norma, emerge un nuevo tipo de ser: el ente-cápsula. Este peculiar habitante del presente no vive, estrictamente hablando; más bien, administra su subsistencia en dosis homeopáticas de realidad. Ya no se enfrenta al mundo como un ente racional dispuesto a comprenderlo, sino como un organismo saturado que sólo puede tolerar una píldora —una diminuta cápsula de circunstancia— al día. O al semestre. O al año, si el panorama anímico está particularmente nublado.
La metáfora del ente-cápsula no es un mero ejercicio poético de Picantáñez; se trata de un diagnóstico con matices clínicos, filosóficos y, por qué no, tragicómicos. Este sujeto se encuentra aplastado por el peso de un mundo que exige atención constante, opinión inmediata y productividad perpetua. Su única defensa, paradójicamente, es la desconexión dosificada, la evasión en cuotas, la mínima exposición a la realidad antes de que esta lo pulverice como una avalancha de notificaciones sin sentido.
En términos filosóficos, este fenómeno podría leerse como un síntoma del sujeto cansado descrito por Byung-Chul Han:
“La sociedad del rendimiento produce depresivos y fracasados. Son aquellos que, agotados por la presión de tener que rendir al máximo, acaban por disolverse en la inacción.”
(La sociedad del cansancio, 2010)
El ente-cápsula no aspira a comprender, transformar o siquiera soportar el mundo: solo quiere que no duela demasiado. Ha renunciado al ideal ilustrado del saber como liberación, y lo ha sustituido por el ideal de la anestesia como estrategia de supervivencia.
A este respecto, la actitud del ente recuerda también la alienación líquida de Zygmunt Bauman, quien advierte que
“La vida líquida es una vida precaria, vivida en condiciones de incertidumbre constante.”
(Vida líquida, 2006)
No se trata de ignorancia, sino de saturación; no de pereza, sino de agotamiento ontológico.
Lo más inquietante, sin embargo, es que ni siquiera el tratamiento funciona. A pesar de su estricta dieta de cápsulas existenciales, el ente sigue sin entender. No hay iluminación al final de la dosis. Hay, como mucho, un bostezo, una suscripción cancelada, y la vaga sensación de haber perdido algo que no sabe nombrar. Persiste, sí, pero en modo zombi: una existencia que no termina, pero que tampoco comienza nunca del todo.
En conclusión, el ente-cápsula propuesto por Vulgarino Picantáñez encarna una forma de vida en estado de espera permanente, suspendida entre la evasión y el colapso. Es el antihéroe de nuestro tiempo: sobrevive sin comprender, consume sin digerir, habita el mundo como quien se aloja temporalmente en una habitación ajena. Y quizás, al observarlo, no nos riamos tanto de él como de nosotros mismos. O como diría Nietzsche, sin reírse:
“El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre el abismo.”
(Así habló Zaratustra, 1883)
El problema es que, en nuestro caso, la cuerda ha sido reemplazada por una cápsula... a punto de vencerse.
Comentario
Según Picantáñez, en el vasto escenario de la subjetividad contemporánea, donde la sobrecarga informativa, emocional y sensorial se ha convertido en la norma, emerge un nuevo tipo de ser: el ente-cápsula. Este peculiar habitante del presente no vive, estrictamente hablando; más bien, administra su subsistencia en dosis homeopáticas de realidad. Ya no se enfrenta al mundo como un ente racional dispuesto a comprenderlo, sino como un organismo saturado que sólo puede tolerar una píldora —una diminuta cápsula de circunstancia— al día. O al semestre. O al año, si el panorama anímico está particularmente nublado.
La metáfora del ente-cápsula no es un mero ejercicio poético de Picantáñez; se trata de un diagnóstico con matices clínicos, filosóficos y, por qué no, tragicómicos. Este sujeto se encuentra aplastado por el peso de un mundo que exige atención constante, opinión inmediata y productividad perpetua. Su única defensa, paradójicamente, es la desconexión dosificada, la evasión en cuotas, la mínima exposición a la realidad antes de que esta lo pulverice como una avalancha de notificaciones sin sentido.
En términos filosóficos, este fenómeno podría leerse como un síntoma del sujeto cansado descrito por Byung-Chul Han:
“La sociedad del rendimiento produce depresivos y fracasados. Son aquellos que, agotados por la presión de tener que rendir al máximo, acaban por disolverse en la inacción.”
(La sociedad del cansancio, 2010)
El ente-cápsula no aspira a comprender, transformar o siquiera soportar el mundo: solo quiere que no duela demasiado. Ha renunciado al ideal ilustrado del saber como liberación, y lo ha sustituido por el ideal de la anestesia como estrategia de supervivencia.
A este respecto, la actitud del ente recuerda también la alienación líquida de Zygmunt Bauman, quien advierte que
“La vida líquida es una vida precaria, vivida en condiciones de incertidumbre constante.”
(Vida líquida, 2006)
No se trata de ignorancia, sino de saturación; no de pereza, sino de agotamiento ontológico.
Lo más inquietante, sin embargo, es que ni siquiera el tratamiento funciona. A pesar de su estricta dieta de cápsulas existenciales, el ente sigue sin entender. No hay iluminación al final de la dosis. Hay, como mucho, un bostezo, una suscripción cancelada, y la vaga sensación de haber perdido algo que no sabe nombrar. Persiste, sí, pero en modo zombi: una existencia que no termina, pero que tampoco comienza nunca del todo.
En conclusión, el ente-cápsula propuesto por Vulgarino Picantáñez encarna una forma de vida en estado de espera permanente, suspendida entre la evasión y el colapso. Es el antihéroe de nuestro tiempo: sobrevive sin comprender, consume sin digerir, habita el mundo como quien se aloja temporalmente en una habitación ajena. Y quizás, al observarlo, no nos riamos tanto de él como de nosotros mismos. O como diría Nietzsche, sin reírse:
“El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre el abismo.”
(Así habló Zaratustra, 1883)
El problema es que, en nuestro caso, la cuerda ha sido reemplazada por una cápsula... a punto de vencerse.
EL MOMENTO FILOSÓFICO DEL DÍA
(6.5.25.)
IV
"Carl Schmitt glorificado. Vuelve su visión de la política como arte de gestionar una sociedad dividida tajantemente en amigos y enemigos. ¿Quiénes dispararán primero? La expectativa por saberlo condimenta a diario la polarización."
Comentario
Picantáñez nos sorprende con una afirmación cargada de densidad conceptual, connotaciones históricas y resonancias en el presente político. A continuación, lo comento minuciosamente, desglosando sus partes y analizando sus implicancias:
1. Carl Schmitt glorificado.
Esta frase inicial es lapidaria. Implica que las ideas del jurista y teórico político alemán Carl Schmitt (1888–1985), famoso por su concepción decisionista y autoritaria de la política, no solo han vuelto al centro del debate, sino que lo han hecho con un halo de admiración o validación contemporánea. "Glorificado" sugiere no una lectura crítica, sino una aceptación o incluso celebración de sus tesis.
2. "Vuelve su visión de la política como arte de gestionar una sociedad dividida tajantemente en amigos y enemigos."
Este enunciado sintetiza el núcleo del pensamiento schmittiano: la distinción amigo-enemigo como criterio definitorio de lo político. Según Schmitt, lo político no es una esfera más entre otras (como lo económico o lo ético), sino una lógica de antagonismo existencial. Esta visión radical convierte la política en una lucha por la identidad y la supervivencia, no en un espacio de deliberación o consenso. Picantáñez indica que esta lógica binaria está reapareciendo en el mundo actual, reemplazando visiones más pluralistas o dialogantes.
3. "¿Quiénes dispararán primero?"
Aquí el tono cambia y se vuelve más sombrío y alarmista. Esta pregunta no es literal, aunque puede aludir a la posibilidad de violencia política real. Simbólicamente, se refiere a la ruptura total del diálogo, donde el "otro" es visto como un enemigo a eliminar, no a persuadir. También introduce un clima de inminencia: la confrontación no solo es posible, sino que se espera.
4. "La expectativa por saberlo condimenta a diario la polarización."
Esta última oración remarca que no solo existe un antagonismo, sino que dicho antagonismo se ha convertido en espectáculo cotidiano. El verbo "condimenta" indica que la polarización ya no es solo un efecto colateral del conflicto, sino un ingrediente atractivo, incluso adictivo, del discurso público. En esta lógica, los medios, las redes sociales y parte de la ciudadanía se alimentan del enfrentamiento como si fuera un entretenimiento político.
En resumen, el aserto de Vulgarino Picantáñez representa una crítica fuerte al clima político contemporáneo, sugiriendo que estamos entrando en una fase "schmittiana", donde se abandona la política deliberativa para adoptar una visión combativa y excluyente. En lugar de resolver conflictos, se exacerban. La polarización se vuelve el eje organizador de la política, y la pregunta por "quién dispara primero" deja de ser un exceso retórico para rozar el horizonte de lo posible. La afirmación nos invita a reflexionar si este retorno de Schmitt es una advertencia o una rendición ante lo inevitable.
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