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miércoles, 20 de enero de 2010

EL CUÁNDO DE CHILE / Los nuevos tiranos

Veinte años después de los pactos transicionales, podemos afirmar que la apuesta del Partido Socialista de integrar una coalición que permitiera el regreso a la legalidad democrática, NO mató a los partidos de izquierda –están todos vivitos y coleando- sino que aniquiló la posibilidad de re-crear una CULTURA DE IZQUIERDA y, de paso, borró del mapa político la memoria histórica de la Izquierda chilena, particularmente la herencia del Movimiento Obrero de comienzos del siglo XX y el legado de Salvador Allende y de la Unidad Popular. A las amnistías oficiales, diríase que le siguió un amnesia generalizada del socialismo chileno, avergonzado por el derrumbe de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín. En este cuadro, no estaba de moda declararse ni izquierdista ni marxista; en el primero de los casos, se lo tildaba a uno de anacrónico; en el segundo, de delincuente. De este modo, el “pueblo socialista” le abrió las puertas a las ambigüedades de la postmodernidad, dejándose seducir por las retóricas del fin de los “grandes relatos” y del “fin de la historia”. Sin un mínimo de reflexión seria –salvo la de Rudolf Barho en los ochenta con “La alternativa"–, la Izquierda mundial empieza a desvincularse de su pasado histórico acudiendo primero a la operación ridícula de retocar sus nombres; así, en Italia, el Partido Comunista pasa a llamarse Partido Democrático de Izquierda; en Suecia, el Partido Comunista de Izquierda, quedó en un simple Partido de Izquierda. Para decirlo con el título de un film de Ettore Scola: no solamente éramos los viejos y los feos sino también los sucios. Estas acciones de mea culpa y de lavado público llegaron naturalmente también a Chile, aunque en el país no hubo cambio de rótulos sino una sostenida y no muy lenta adaptación a la fiebre democrática de parte de un segmento importante de la izquierda; para luego ver a ésta misma abrazar, sin mucho disimulo, el ideario de la Economía de Libre Mercado y el culto no menos asqueroso del dinero.

El apagón cultural de la Izquierda es su propia amnesia introyectada; es su propio achatamiento producido por una autoestima esclerosada. Durante los últimos veinte años, la democracia se convirtió en muletilla universal, como lo es hoy el cambio climático. Y aún peor: ser democrático pasó a ser monopolio del Centro y la Derecha. Mientras tanto, la Izquierda chilena seguía huyendo del derrumbe total –¿hasta cuándo?- y se repetía a sí misma el padrenuestro de que la adaptación al marco democrático fijado por la Transición era el mal menor.

Ahora sabemos que hubo siempre una alternativa al mal menor; a saber, la apuesta por la reconstrucción de una CULTURA SOCIALISTA, por la elaboración de una alternativa de izquierda y por la reconstitución del Movimiento Popular sin el cual, en política, no se llega muy lejos. Hoy nos queda claro que la Izquierda no aprovechó las experiencias del movimiento social y popular nacido durante los años de lucha contra la Dictadura; tampoco supo sacar provecho de las experiencias políticas y culturales asimiladas en los años de exilio. Estas dos omisiones, más su adaptación al sistema democrático negociado en los noventa, explican, en gran parte, la miseria en la que se encuentra la Izquierda chilena de hoy. El cuadro no puede ser más desalentador. Veamos:

Una clase trabajadora minoritariamente sindicaliza y una Central Única de Trabajadores (CUT) sin gravitación nacional; un Partido Comunista –agradezco que siga llamándose como se debe- desprovisto de peso cultural y electoral; un partido socialista internamente dividido –como de costumbre- en distintas fracciones y tendencias, y con militantes en fuga permanente; un ex ministro de Allende- Fernando Flores- que no sabe distinguir entre un movimiento popular y un colegio profesional y que para colmo se ha pasado a las filas de la Derecha; como si éste panorama sobrecogedor no bastara, vemos a caudillos de izquierda por doquier, bajándose de sus partidos o renunciando a ellos y formando nuevas plataformas sin fuerza política real. Después de tanto desastre, uno tiene el derecho a preguntarse, con el corazón partido: ¿Es este acaso el Chile que soñó Jorge Arrate en su instituto de Holanda en los años de exilio? O el que previó Escalona en La Habana? ¿O el que imaginó para su padre Carolina Tohá?

La rajadura que hoy nos divide es dura pero inequívoca: por una parte, el recuerdo de la Moneda en llamas y un presidente inmolado que vaticina el regreso de las grandes alamedas; por otra, discípulos que lo desmienten y facilitan en su propio país la apertura de los mercados para la voracidad de las grandes empresas transnacionales. Vuelve a mi memoria un poema de José Martí, que ajustado a nuestra realidad nacional, nos dice que asistimos en el Chile de hoy al banquete binominal de los tiranos de la política, en la que éstos se comen viva a la patria que los vio nacer. El primer mordisco es el de Aylwyn; el segundo, el de Frei; la tercera dentallada -esta vez mortal -se la reparten los socialistas Lagos y Bachelet. Y para citar al poeta:
“Hay una raza vil de hombres tenaces,
De sí propios inflados, y hechos todos,
Todos del pelo al pie, de garra y diente;
Y hay otros, como flor, que al viento exhalan
En el amor del hombre su perfume.
(...)

A un banquete se sientan los tiranos,
Pero cuando la mano ensangrentada
Hunden en el manjar del mártir muerto
Surge una luz que les aterra, flores
Grandes como una cruz súbito surgen
Y huyen, rojo el hocico, y pavoridos
A sus negras entrañas los tiranos.
(...)

Danzas, comidas, músicas, harenes:
Jamás la aprobación de un hombre honrado.
Y si acaso sin sangre hacer se puede,
Hágase... clávalos, clávalos
En el horcón más alto del camino
Por la mitad de la villana frente,
A la grandiosa humanidad traidores.
Como implacable obrero
Que un féretro de bronce clavetea,
Los que contigo
Se parten la nación a dentelladas.”

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